Justicia propia
“Te salvamos la vida, pero a cambio, cada vez que
nosotros te llamemos, responderás”
Sofía a veces
escuchaba esas palabras en su cabeza antes de despertar. Tal vez a causa del
trauma, o tal vez porque habían sido implantadas en su cerebro.
Se sentó en la
cama y se rascó la cabeza, cubierta por una mata de cabello rubio que le
llegaba hasta la mitad de la espalda. Miró por la ventana que reflejaba su
rostro adolecente de ojos grandes y mentón anguloso. No se miraba a sí misma,
su atención estaba en el pasado, reviviendo por un instante en su memoria lo
que había sucedido antes de esa frase.
Tenía quince años en esa época, pero ya
creía que era lo bastante mayor para atender a sus propios asuntos sin
avisarles a sus padres. Una amiga de la escuela llamada Celeste la había
invitado a una fiesta en las afueras de la ciudad y ella accedió. Se habían
conocido hacia unas cuantas semanas, pero se habían hecho amigas rápidamente.
Celeste elogiaba el cabello rubio natural de Sofía y eso a ella le encantaba.
Su amiga por su lado no tenía un cabello natural, lo había reemplazado por una
melena de fibra lumínica, que cambiaba de color a voluntad y era espectacular
en las discotecas.
Sofía había caído ante los encantos de esa
chica, ese aire transgresor e independiente le habían seducido a ir más allá de
lo que le advertían las aburridas reglas de sus profesores y familiares. Lo
cierto era que debió sospechar al menos un poco cuando le insistía tanto con el
asunto de la fiesta, y cuando finalmente fueron, no había en ese edificio nadie
salvo ellas dos.
No sintió nada, ni siquiera supo en que
momento la dejaron inconsciente ni de qué manera. Pero cuando despertó no podía
moverse, y unas personas vestidas con robustos trajes negros y cascos con
visores se movían en los márgenes de su visión, algunos sosteniendo armas. No
podía moverse, ni mover la cabeza. Intentó hablar, pero también fue inútil.
Una de las
personas de negro se inclinó sobre ella.
- Esta de aquí está despertando
- Sáquenla – apremió otra voz, cuyo dueño
estaba fuera de vista – cuidado con el soporte vital, suminístrenle sedantes
antes de que recupere la sensibilidad, rápido.
El visor del casco que tenía delante era
reflejante, y Sofía agradeció volver pronto al abrigo de la inconciencia,
porque por un fugaz momento, en ese reflejo alcanzó a ver su cuerpo reducido a
poco más que una cabeza con un torso descarnado.
Durante un lapso atemporal, Sofía
despertaba por momentos breves, nunca lo suficiente para tener plena
conciencia, a veces veía cosas y gente, otras alcanzaba a escuchar ruidos o
partes de conversaciones. Pero llegó un momento en el que despertó y no volvió
a dormir, fue un despertar muy lento, pero alcanzaba a entender lo que le
decían, una voz que le explicaba que había sido secuestrada por traficantes de
cuerpos, que la habían eviscerado para vender sus partes, y que mantenían con
vida lo que quedaba e ella hasta recibir buenas ofertas por los órganos,
fluidos y tejidos que quedaban.
Sofía debería haber sentido toda una gama
de emociones truculentas al oír que le había hecho algo tan espantoso, pero su
mente aun aletargada todavía no procesaba lo que implicaban esa revelación. Su
interlocutor guardo silencio, y esa pausa le sirvió a Sofía para asimilar poco
a poco lo que le estaban contando, empezar a sentir lo que eso significaba.
Esas sensaciones, cada vez más despiertas, empezaron a darle lucidez para
contemplar mejor su entorno. Estaba en una sala vacía, de paredes blancas, y
frente a ella, sentada en un asiento sencillo, había una mujer vestida con un
traje negro.
La mujer volvió a hablar.
- Todavía no puedo decirte exactamente
quienes somos, pero lo que puedes saber es que operamos fuera de los márgenes
de la ley, salvando vidas – le dijo.
Sofía recobró la conciencia lo suficiente
como para darse cuenta de que ella también estaba sentada sobre una silla, con
su cuerpo completo, bello y juvenil ataviado de una ropa interior hule.
- ¿Estoy… entera? – preguntó, levantando
la mano y mirándola con atención. Descubrió que había unas finísimas vetas en
su palma, siguió esos trazos simétricos por lo largo de su brazo hasta su
hombro. Vio que todo su cuerpo estaba marcado por esos ligeros trazos, como si
fueran las piezas unidas de lo que ahora era su ser.
- Lo estas - asintió la mujer, sonriente -
Fue un trabajo arduo para nuestros profesionales, ya que casi no quedaba nada
de ti cuando te encontramos. Pero aquí estas, viva y con un cuerpo nuevo.
- ¿Por qué? – preguntó, ya lo bastante
consciente como para sentir una honda punzada de dolor. No un dolor físico,
sino el dolor que supone entender la enorme tragedia sufrida, la pérdida, las
implicaciones de algo tan ruin perpetrado sobre su carne. Sus ojos se
humedecieron y las lágrimas recorrieron sus suaves mejillas. Estaba sobrecogida
por tantas emociones, pero aun y así intentó prestar atención a su
interlocutora.
- Porque es nuestro deber, como te dije
nosotros operamos fuera del margen de la ley, porque hacemos lo que la ley no
puede; combatir de verdad contra el crimen – sentenció la mujer con una voz que
denotaba su resolución absoluta en esa causa – los negocios criminales están
aliados con el poder, y los poderosos controlan a las autoridades. Ellos no
luchan realmente contra personas que hacen esto a cientos de jovencitas como tu
todos los años.
- Gracias – dijo ella, sintiendo una
repentina oleada de gratitud. Empezando a resollar, conmovida – no sé cómo voy
a pagarles esto pero…
- Vas a pagarnos, de eso no tienes que
preocuparte. Veras, creemos que no existe mejor motivación que la sed de
justicia por mano de alguien que ha padecido una gran injusticia. Muchos de
nuestros agentes pasaron por verdaderas atrocidades, y nosotros les dimos la
oportunidad de arreglar las cosas por su propia mano.
La mujer hizo un
gesto con los dedos y una proyección bajó del techo, mostrando una imagen de
Celeste, seguido de ventanas de datos con su expediente y fotografías de los
lugares que frecuentaba.
- Sabemos dónde está la chica que te
entregó a esos carniceros, sabemos cómo llegar a ella, pero no vamos a hacer
nada. Lo harás tú, si así lo deseas.
Celeste… en esa fotografía sonreía con
petulancia, como si estuviera satisfecha con lo que le había hecho, como si
fuera capaz de volver a hacerlo si con eso ganaba algo más de dinero. La ira
estalló en la menté de Sofía, y el instinto iracundo de clavar sus uñas en la
garganta de esa perra hizo que la mano derecha de Sofía se abriera con un brusco
movimiento, de desarmara en múltiples piezas y se volvieran a unir. La nueva
forma mostraba una mano mecánica rematada en garras con el filo de bisturís, y
sobre la muñeca sobresalía el cañón de un arma.
Sofía respiraba agitada con las lágrimas
aun cayendo por su barbilla, el ceño fruncido, y un sentimiento de
determinación creciendo en su pecho.
- La oportunidad es tuya Sofía – le dijo
la mujer - y te ayudaremos a que lo hagas sin ninguna consecuencia.
- Y a cambio… debo ser uno de sus agentes
¿verdad? – preguntó Sofía.
La mujer asintió.
- Te salvaremos la vida, pero a cambio,
cada vez que nosotros te llamemos, responderás.
Sentada aun sobre
su cama, Sofía tenía el brazo protésico extendido y el cañón desplegado. Tenía
una caja de munición junto a ella, y una a una colocaba pequeños proyectiles en
la recamara junto a su codo. Recordó como luego había encontrado a Celeste, y
la parte más débil de su conciencia le había dicho que fuera rápida, pero lo
cierto es que se cobró su venganza lentamente. Y luego la policía solo pudo
identificar los restos por medio de un análisis genético.
Cumplida su venganza, ahora estaba ligada
de forma indefinida a esa organización de moralidad tan ambigua, que se
dedicaba a cazar y asesinar criminales desde la misma marginalidad, y operando
con métodos muy similares. Sofía ya tenía 20 años, y aunque su cuerpo aun
parecía de quince su vida había recuperado
la apariencia de normalidad. Era un agente inactivo al que llamaban solo
en algunas circunstancias cuando algo acontecía por su sector, y ella, marcada
por la tragedia, cumplía con su deber con gusto, sabiendo que con cada vida que
eliminaba, otras iban a salvarse.
Créditos a Useony
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